jueves, 13 de agosto de 2009

Una metamorfosis posmoderna

Recuerdo oír decir a un poeta algo así como que somos la piedra que nos va endureciendo por dentro con el tiempo. Me resuena por dentro...
Pero no es eso exactamente. Si últimamente estoy sintiendo pasajeros cambios de textura en mi interior, no tienen la dureza y el señorío de la piedra.
Siento, a veces, que no es duro hueso lo que soporta mis pesares, ni sería entonces jugosa carne sobre la que estos se asentaran.
Adquiero, por ratos, más la muda y tonta consistencia de la goma. Un látex sin fibra, homogéneo, suave y monótono. Quedando reducido apenas a una versión inversa de un condón de carne que sobrevive, montado en un enorme cilindro de goma resistente.
Y lo que, en esos instantes, queda en mí de sensible sonríe, en la ironía de verme convertido en aquello que tantas veces ejercí para consuelo de una fugaz compañía.
Casi no me atrevo a intentar estimar el tiempo de tregua que me queda.

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